El yoga es tan antiguo y a la vez tan actual que podríamos referirnos a él como «un fósil viviente».
Es, sin duda, la técnica liberatoria más antigua del mundo, pues el yoga arcaico
(que ya disponía de eficaces métodos para conducir la mente a un estado de
conciencia superior) es muy anterior a la penetración de los arios en la India. Los
primeros yoguis se adentraron en la búsqueda interior con el afán de conectar
con conocimientos de orden superior y poder acceder a regiones ignotas de la
mente. En el transcurso de los años fue configurándose un cuerpo amplísimo de
enseñanzas, métodos, técnicas y prescripciones para la auto superación, la
evolución de la conciencia y la conquista de una mente superior a la que el yoga
denomina supramundana, por situarse más allá de las apariencias.
Por su propia experimentación personal, los yoguis fueron concibiendo y
ensayando toda clase de métodos de autoconocimiento y autodesarrollo, así
como técnicas muy específicas para la contención del pensamiento, el cultivo
armónico de la atención, el acrecentamiento de la conciencia, la purificación del
inconsciente, el control psicosomático, el desarrollo de la visión esclarecida y la
reunificación de las energías dispersas. Como lo más cercano a un ser humano es
su propio cuerpo, su mente y las energías que animan a ambos, el yogui convirtió
su complejo psicofísico en un laboratorio para efectuar su trabajo, poniendo en
práctica innumerables procedimientos para armonizar el cuerpo, la mente y las
energías y poder conquistar un tipo de percepción (yóguica) liberadora muy
diferente y muy superior a la percepción ordinaria, siempre sometida a error.
El yogui emprendió sin tregua el trabajo sobre sí mismo, al que denominamos,
por su carácter, trabajo interior. Se trata de una práctica minuciosamente llevada
a cabo para poder conocer la naturaleza real que reside en uno mismo y para
aprender a conocer y regular la propia realidad interna. Se trata de superar la
ignorancia básica de la mente y de desplegar todos los potenciales internos para
superar la desdicha, procurar un sentido de aprendizaje interior a la vida y
mejorar las relaciones con uno mismo y con los demás.
Este trabajo es integral, o sea, que se realiza sobre todos los componentes del ser
humano: cuerpo, cuerpo energético, órgano psicomental (mente y emociones) y
comportamiento. Se conoce ese trabajo interior que es el entrenamiento yóguico
como sadhana o práctica espiritual. El sadhana tiene por objeto la evolución
consciente, el autoconocimiento y el autodesarrollo, para beneficio propio y
ajeno. En este trabajo sobre uno mismo, el practicante encontrará no pocos
obstáculos, pero también buenos aliados internos. Entre los obstáculos se
encuentran no solamente las circunstancias externas adversas y el entorno
inapropiado y las vicisitudes de la vida, sino también los que derivan del
desequilibrio orgánico y de la inarmonía psíquica. Son obstáculos el desasosiego,
la pereza, la negligencia, el descontento, la ofuscación, la avidez, el odio y tantos
otros, a los que hay que sumar el propio inconsciente desordenado, caótico y el
cúmulo de viejos patrones, heridas psicológicas, traumas y frustraciones.
También son obstáculos los enfoques incorrectos, los estrechos puntos de vista,
el apego a las ideas.
A menudo es la propia mente uno de los escollos más difíciles de superar, porque
hay que ir limpiándola de esa ofuscación o ignorancia básica que genera
innumerables emociones insanas, del mismo modo que hay que ir aprendiendo a
contener el pensamiento neurótico y descontrolado que es fuente de avidez, odio
y, en suma, de una gran masa de sufrimiento para uno mismo y para los demás.
Todas las técnicas del yoga (incluidas las del yoga psicofísico) apuntan a la mente
para sanearla e iluminarla. De una mente ofuscada todo lo que se deriva es
nocivo.
Hasta que se somete uno al sadhana adecuado, la mente está dominada por
innumerables condicionamientos (muchos de ellos inconscientes) que falsean su
visión, ya que ésta está densamente velada por tres « oscurecimientos»: el
interpretativo, el reactivo y el imaginativo. La visión liberadora va
desencadenándose en la medida en que la mente se purifica, los
condicionamientos se resuelven y la percepción se esclarece.
Pero si bien los obstáculos no son pocos en esta senda hacia la paz interior y la
sabiduría, también hay dentro de uno mismo un buen número de aliados que se
desplegarán para colaborar en la conquista de la quietud y el conocimiento
liberador. Son simientes de iluminación que es necesario cultivar para que
maduren y reporten sus excelencias.
Estos aliados, denominados factores de
crecimiento o iluminación, son entre otros: el esfuerzo correcto, la atención
vigilante, la ecuanimidad, el sosiego, el contento y la visión lúcida. Estos factores
de iluminación colaborarán de manera eficaz en la superación de uno de los más
graves obstáculos, el del ego o la autopersonalidad, que nos desvía de nuestra naturaleza original y nos somete a esclavitud.
Los condicionamientos inconscientes reaccionan generando a menudo el
«charloteo» mental, ese pensamiento mecánico y confuso (en las antípodas del
recto pensar) que es el ladrón de la felicidad. Tengamos bien presente que la
primera definición del yoga por escrito es «el control de los pensamientos en la
mente»; así, todos los procedimientos yóguicos ponen su empeño en controlar los
pensamientos mecánicos y neuróticos, para poder conocer un tipo superior de
mente que nada tiene que ver con la mente ordinaria, al que se denomina unmani
o no mente.
Como el trabajo interior o sobre uno mismo tiene un carácter integral (se extiende
a todos los elementos que conforman al ser humano), comporta:
. Unos ideales yóguicos que son asiduamente cultivados.
. Un buen número de técnicas psicofisiológicas para intensificar el control
psicosomático y mejorar psicofísicamente a la persona.
. Un nutrido arsenal de técnicas psicomentales, entre las que se encuentran la
retracción de los órganos sensoriales y el recogimiento interior, la concentración,
la meditación, la auto indagación, la contención del pensamiento y muchas otras.
. El cultivo de una adecuada actitud vital, que debe ser trasladada a la vida
cotidiana, apuntalada en la atención consciente, la ecuanimidad, el sosiego y la
compasión.
. Una ética natural, que estriba en poner medios para que las otras criaturas sean
felices y evitarles el sufrimiento.
Este sadhana (ejercitación) integral compete, pues, al cuerpo, al cuerpo
energético, al órgano psicomental y al comportamiento con nosotros y con los
demás. El trabajo sobre el órgano psicomental adquiere gran importancia, pues
somos aquello que pensamos y sentimos, ya que lo que hay dentro de nosotros tiende a emerger a través del comportamiento. Incluso el yoga psicofísico (hatha- yoga) pretende con sus numerosas técnicas no sólo beneficiar los cuerpos físico
y energético, sino también favorecer el dominio de la psique.
Este trabajo integral se traslada a la vida cotidiana y el practicante debe tomar su
existencia como una práctica interior, tratando de:
. Hacer lo mejor que pueda en cualquier momento y circunstancia.
. Hacer con atención consciente y con destreza, sin dejarse alienar por la acción
. No obsesionarse por los resultados, pues los mismos, si han de venir, lo harán
por añadidura.
. Tratar de que la acción sea menos personalista y egoísta.
. Convertir la vida cotidiana en un maestro, aprendiendo a bregar sabiamente y
con actitud adecuada con los acontecimientos, circunstancias y situaciones,
poniendo en marcha la atención consciente y la firme ecuanimidad.
La práctica de las técnicas yóguicas va transformando al practicante y le enseña
a modificar sus viejos modelos de conducta mental cuando estos son nocivos o
perturbadores, para poder conseguir una renovada y más armónica forma de
sentir y sentirse.
Inspirado en «El gran libro del Yoga»